[Historia de comunidad] San Andrés Azumiatla; el cambio comienza subiendo la colina.

Comenzó con una cuadrilla durante esa construcción de abril en San Andrés Azumiatla, Puebla. No éramos el equipo más numeroso, ni el más experimentado, pero los cuatro teníamos claro nuestro objetivo; construir no sólo una casa, sino un hogar. Llegar ahí no fue fácil, estaba en una de las colinas más empinadas de la comunidad, pero en cuanto llegamos y vimos los cinco rostros que nos esperaban, supimos que valdría la pena y todos teníamos mucho trabajo por hacer.

Conocimos a los Cordero Rojas uno por uno,  más de lo que se espera en tan sólo tres días, no sólo creamos empatía, creamos lazos. De cada uno aprendimos muchas cosas, de acuerdo con sus personalidades. Primero conocimos a Don Joaquín, quien parecía serio, pero a través de la convivencia con él y con su familia, supimos que no sólo es un hombre trabajador, fuerte, tenaz y dedicado; también es un esposo y padre amoroso que hace de todo, literalmente cualquier trabajo que le llegue, para poder sacar adelante a su familia. Nos hizo ver cómo la escasez de recursos no es definida por la cantidad de trabajo que uno realice, pues durante los tres días vimos una energía increíblemente fuerte al trabajar, incluso después de que le picó un alacrán.

María Félix es el corazón de la familia y su vida no ha sido fácil; después de vivir varios años con sus suegros, recibir maltratos por parte de su suegra y perder a su padre -quien era su adoración- nos recibió a cada instante con una gran sonrisa, mucho amor y un “cómanse aunque sea solo un taco con nosotros.”  Nos alimentó, no sólo el estómago, también el alma. Nos confesó que a veces estaba demasiado triste como para levantarse, ni siquiera podía jugar con sus pequeños, pero prometió ser fuerte y dar todo de ella por su familia y una vida mejor. María Félix está esperando a su cuarto y último hijo o hija, a quien estamos ansiosos de conocer. Su embarazo le impide hacer algunas cosas por lo cual pasa la mayor parte del día dentro de su casa.

Su hija mayor, Magnolia, tiene sólo 11 años, pero sabe hacer tantas cosas como su madre. Es una niña muy gentil y alegre, que con tal de ayudar a su mamá, sube y baja la colina varias veces al día sin quejarse ni una sola vez. Además de estudiar, junto con su mamá y sus hermanos, Magnolia hace pulseras y collares que venden en la ciudad para ayudar al sustento de la familia. Tuvimos el honor de que nos obsequiaran unas pulseras, que conservamos con gran valor sentimental.

El pequeño Valentín,el hijo mediano, tiene seis años, pero su corta edad y su pequeña estatura son sólo la carcasa de un pequeño guerrero. Igual que su papá, Valentín nos ayudó durante los tres días, cargó cubetas, martilló, cavó, nos regaló flores, dibujos y sonrisas y se robó nuestros corazones. Creó un lazo muy especial con el único varón en nuestra cuadrilla y no se despegaba de él. Valentín nos sirvió de inspiración cada vez que sentimos que ya no podíamos más, pues al verlo trabajar incansablemente, nos impulsaba a terminar. Su mamá nos contó que en una ocasión, Valentín casi pierde la vida debido a que, como duermen en el piso, un alacrán lo picó y los hospitales estaban muy lejos. Afortunadamente la doctora de la comunidad pudo ayudarlo; después de esta historia entendimos lo que representa para la familia un piso firme, que no fuera de tierra.

Finalmente, conocimos a Priscila, la más pequeña de la familia, que tiene 4 años.  Cuando la vimos por primera vez, no decía mucho, sólo nos observaba. Su mamá nos dijo que así era al principio, pero una vez que agarraba confianza, no nos la podríamos quitar de encima, y así fue. Entre cosquillas, risas y preguntas, empezamos a ganarnos su confianza, nos contó de su película y su comida favorita, se sentaba en nuestras piernas, nos dejó peinarla, cargarla y jugar con ella. El primer año de vida de Priscila no fue color de rosa, su mamá nos contó que sufría de dolores de cabeza fuertes y fiebres, sin embargo, los doctores diagnosticaban esto como normal. Joaquín y María estaban desesperados por brindarle alivio a su hija y los doctores no eran de mucha ayuda pero con la medicina, tiempo y mucha paciencia, Priscila hoy se encuentra mejor.

Ésta hermosa familia, nos recibió con los brazos abiertos, nos compartió lo poco que poseen y nos brindó su cariño. Una noche, las familias acompañaron a los voluntarios a cenar, nosotros no sólo cenamos juntos, nos hicieron parte de su familia y externaron su afecto y agradecimiento, María Félix nos dijo que nuestra presencia le daba una sensación de seguridad. Nosotros compartimos nuestros sentimientos, les dijimos lo honrados que estábamos y prometimos volver. Esa noche nos mostró la confianza existente en los lazos que formamos. Nos impresionó como, en tan poco tiempo, puedes compartir esperanza con una familia; en general, la familia nos dio más de lo que pudimos haberles ofrecido, no sólo aprendimos cómo vivían y logramos entenderlo, sino que nos hicieron abrir los ojos y darnos cuenta de que aun cuando parece que no se tiene nada, siempre hay algo que dar.

TECHO empezó a trabajar en San Andrés en marzo de este año, mes en el cual se realizó un ECO en la comunidad y esta fue la primera construcción de viviendas de emergencia de varias programadas para este año. Aún no se ha instalado mesa de trabajo

en esta comunidad, pero se espera hacerlo pronto para, como en esta construcción, continuar trabajando mano a mano con las familias y comenzar a plantear soluciones definitivas.

Verónica Meneses, Carlos de la Concha, Aranza Valdés  y Aurora  Herrera.